Costa RicaCosta Rica
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ISBN 978-9968-677-48-6

En donde habita el amor

Autor:Muñoz Bolaños, Elvira María
Editorial:Grupo Editorial Nuevas Perspectivas Sociedad Anónima
Materia:Literatura costarricense
Clasificación:Nostalgia / añoranza: generalidades
Público objetivo:General
Publicado:2025-11-14
Número de edición:1
Número de páginas:495
Tamaño:14x22cm.
Precio:$25
Encuadernación:Tapa blanda o rústica
Soporte:Impreso
Idioma:Español

Reseña

Por amor, dejé mi país, mi familia, mis amigos, mi profesión. Renuncié a mis raíces y crucé el océano para seguir a un hombre, convencida de que juntos, con el amor que nos profesábamos, podríamos construir un hogar. Durante más de siete años compartimos ciudades, ilusiones y rutinas. Creí que nuestro lazo era firme, que resistiría cualquier tormenta.
Cuando descubrí que estaba embarazada, decidimos —su padre y yo— que nuestro hijo naciera en Costa Rica, mi tierra. En la espera, empecé a sentirlo distante, como si se borrara poco a poco de nuestra vida en común. No entendía la causa, no tenía sospechas claras; solo percibía un silencio nuevo que me inquietaba. Y, sin embargo, viajó para el nacimiento. Giuseppe llegó al mundo, y pocos días después nos casamos, como si ese acto pudiera salvar lo que ya se tambaleaba.
Los días transcurrían con ternura y grietas invisibles. Giuseppe crecía rodeado de afecto, pero en su interior había un anhelo que ninguna caricia mía podía llenar: el amor de su padre. A los cuatro años, emprendió un viaje al otro lado del Atlántico. Lo despedí con el corazón en vilo, con la esperanza de que esa distancia se convirtiera en encuentro. Regresó con la ilusión de volver a casa, con la experiencia de haber compartido un helado con su padre. Pero no decía mucho, porque, en realidad, no había mucho que decir.
Poco después, intentó de nuevo. Cruzó el océano como quien insiste en llamar a una puerta cerrada. Y otra vez, el resultado fue el mismo: sin compromiso con su hijo. Comprendí entonces que podía ser madre y padre en lo cotidiano, en lo económico, en lo emocional, pero no podía darle lo que más necesitaba: un padre que estuviera presente.
Ese vacío se hacía visible en los momentos más pequeños y en los más luminosos: en Navidades sin regalos, cumpleaños con sillas vacías, fiestas escolares donde Giuseppe aprendió pronto a cargar su soledad. Un junio, cuando tenía apenas siete años, la escuela organizó la celebración del Día del Padre. Me lo contó sin entusiasmo, como si adivinara lo que vendría. Intenté interceder, suplicar que me permitieran acompañarlo, que al menos fuera su abuelo. Pero la respuesta fue siempre la misma: no, la actividad era exclusiva para papás
Aquel día lo vi salir con la esperanza escondida tras su silencio. Cuando volvió por la tarde, dejó la mochila caer sobre el sillón, como si pesara demasiado para un niño de siete años. Buscó refugio en un libro, su pequeño escudo contra la tristeza, y yo supe que su corazón ya cargaba un peso que no merecía. Sin lágrimas ni gritos, con una calma que duele más que el llanto, dijo:

—Estuvieron todos los papás. Menos el mío.
Mi hijo se convirtió en mi razón de vivir, en mi sostén, en el porqué de cada esfuerzo. Aprendí a leer en su silencio lo que no podía decirme. Intuí en sus gestos la huella de la ausencia. Y comprendí que mi misión no era sustituir a su padre —eso era imposible—, sino enseñarle que la vida también se construye desde las ausencias; que un corazón puede crecer sano incluso con cicatrices.
Este libro nace de ese aprendizaje. No es un ajuste de cuentas ni una historia de culpas. Es el relato de un amor puesto a prueba, de una maternidad que se multiplica para abarcarlo todo, de una mujer que aprende a sostener el mundo con manos temblorosas y el corazón firme. En mi camino, comprendí que el dolor del abandono puede ser un veneno silencioso. Por Giuseppe, dejé de lado las heridas de un amor perdido y busqué, aunque fuera en vano, que su padre estuviera presente, porque ningún niño debería crecer sin esa luz. Pero he visto también cómo otras mujeres, marcadas por la traición, levantan muros donde podrían construir puentes, exigiendo derechos sin ceder espacios, sin ver que en esa lucha los hijos pagan el precio más alto. Aprendí que, por encima de las heridas del corazón, debe prevalecer la razón: la de criar a nuestros hijos ajenos a los rencores de los padres, libres de las sombras de nuestras batallas. Este es el testimonio de tantas mujeres que, ante la ausencia de un padre, temen ver a sus hijos caer en la oscuridad de la desesperanza y, aun así, los guían hacia la bondad, hacia la ética, hacia la nobleza de espíritu. Aunque hubiéramos querido que ningún dolor tocara sus corazones, aprendemos a tejer amor en los espacios rotos. Aquí está mi legado para Giuseppe y, quizás, con su presencia, mi mejor contribución a la humanidad.
Abre estas páginas. Camina conmigo. Gracias por acompañarme en este viaje, por sostener con tus ojos esta historia de grietas y luz. Tal vez descubras, como yo, que el amor verdadero puede habitar incluso en las grietas.

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