Cuando los ríos se devuelven
—¿Has visto alguna vez cuando los ríos se devuelven?
—¡No, nunca! —respondí.
Cuando eres tan solo un niño escuchas repetir esa frase, la que al pasar el tiempo adoptas como cierta; olvidas que en tu pequeña cabecita de infante podías imaginar la corriente del afluente retroceder sobre el cauce. Es la juventud que arraiga ese pensamiento y al final de la adultez que se comienza a dar rastros de equivocación; muchas veces en la vida, se observa el acontecimiento sin distinguirlo; por ello, no se puede apreciar su extraordinaria belleza.
Es el exilio que marca la pauta del caminante, motivado por el afán
incuestionable de no perder la vida ante el déspota que gobierna en su tierra; el karma de pagar un pecado en carne propia, hasta que un fantasma te invita a descansar luego de purgar tu pena. El anhelo perenne de luchar por los sueños de infancia ante el esfuerzo empírico, la odisea retratada y propia del marinero junto a su familia que confunde el llanto vertido de sus lagrimales, con el agua salobre del piélago; mientras una promesa te devuelve parte de tu ser y te obliga gustoso a dejar una huella imborrable en tu andar por el mundo, hasta que tus aguas lleguen al océano…