Costa RicaCosta Rica
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ISBN 978-9930-9845-7-4

Útero de orquídeas
de las cosas que gesté con fuego y flores

Autor:Ajoy Jiménez, Alexa
Editorial:Asociación Apro Cultura de Pérez Zeledón
Materia:Poesía costarricense
Clasificación:Poesía
Público objetivo:General
Publicado:2024-11-25
Número de edición:1
Número de páginas:0
Tamaño:200Kb
Precio:$5.000
Soporte:Digital
Formato:Epub (.epub)
Idioma:Español

Reseña

El poema hacia el buen amor.
Para Alexa Ajoy

I
Antes de empezar, una advertencia: todo lo que voy a decir está condicionado por el hecho de que quiero mucho a Alexa Ajoy. Pero también tengo una relación obsesiva con el pensamiento poético (si eso es algo): no he ocupado tanto tiempo nunca a nada como a reflexionar en torno a la poesía y a leerla, y, aunque no pueda alegar ninguna excelencia ni objetiva ni formativa ni práctica sobre la literatura, sí puedo presumir de haber constituido un sistema intuitivo propio en torno a ella. Y Alexa se acoge entera y preciosamente a todo lo que espero de (y a todo lo que aspiro en) la poesía. Por eso puedo decir que esta persona a la que quiero mucho es también una de las mejores poetas que he leído en mi vida.
Nuestro diálogo poético es constante, porque en nuestro modo común de entender la literatura, la vida y su intimidad (las rutinas y el silencio compartidos) son el principio y fin de cualquier declaración literaria. Nos gusta lo que llamamos «poesía sensible» y nos gusta comer juntas, y escribimos (al margen de la declaración y de otras ambiciones) para emocionar a alguien (Alexa siempre dice: Para que alguien llore).

II

Alexa nos hace un regalo, porque es un poemario optimista sin tener por qué serlo. No se regodea en el sufrimiento como estrategia literaria de catarsis, sino que lo recoge en el relato y las imágenes para orientar el camino hacia el buen amor: A veces necesitamos otra voz porque la nuestra / la ahogamos una noche con las manos de alguien / que luego no nos alimentó, porque el alimento no es alimento si no se cocina, como el amor no es amor si no se demuestra.
Este poemario es un recetario de poemas para curar la herida y para aceptar el buen amor que no la provoque. El amor de su madre es el paraíso que evoca en cada violencia de su mal amor moderno, porque, aunque no trate sobre él (son muy pocos los poemas que relatan o declaran un buen amor), sí recolecta y cocina todos los ingredientes necesarios para que suceda. En cada «inevitable amoroso» que escribe subyace el contrapunto de lo deseable.
Aceptar el «inevitable amoroso» hace que el mal-amado esté dispuesto a cualquier condición, a que sea el otro el que paute su violencia (Me gustaría darle la oportunidad a nuestro amor de acabarse por cansancio, pero te tienes que marchar), o que, incluso, el mal-amado agradezca al otro los límites que él mismo pone (y ahora el hombre se obsesiona con poseer todo lo bello, domesticarle). Esta aceptación de la violencia funciona incluso en el espacio de la hipótesis romántica (Me ahogo en el llanto como criatura que nace […] a vos te esculpí con materia de océano que ruge): el mal amor extingue todos los mundos posibles del poema.
El imaginario del libro, aparte del florecer, incluye la descripción gráfica de los órganos que intervienen en su ingesta y digestión. Esta intimidad escatológica, permite que coexistan dos valores en una misma representación: el de la violencia y el del cuidado. La violencia escatológica es una inversión del amor cotidiano, un recurso para representar la falta de amor del otro desde la desesperación del que necesita enunciar dicha falta, porque el otro se la demuestra, pero no se la comunica (incluso se la niega): De animal mitológico olvidado/ Seguirán volviendo, implorando ser domadas otra vez/ Preguntando si pueden beber mi miel otra vez.
La voz trata de convertir su cuerpo en una estructura accesible al otro, convertirse en el mismo lenguaje que el otro no comunica porque rechaza la vida y solo acepta su representación (Teorizas bien sobre el reguero de sangre / en mis poemas). Se activa aquí la paradoja del espectador: debe salir de su propia experiencia e indagar en el funcionamiento mistérico del cuerpo y, desde ese espacio, deformarlo sin atender a las consecuencias físicas (psicológicas).
El mal amor hace que toda cuestión fisiológica deba ser estilizada (el mal-amado ha de estirar y estirar hacia el sol el cuerpo arrugado), por lo que el cuerpo se deforma en su propio rechazo; pero el buen amor, inculcado y representado por la madre, habita el cuerpo crudo (y en el poemario lo hace literalmente: ella se metía en su propio estómago) y lo cuida desde dentro, lo alimenta para poner en marcha todo lo que el cuerpo tiene de cuerpo, porque una madre lucha por la preservación del cuerpo de su hija.
Por la mañana, la luz pone / los límites entre los cuerpos: los límites de la carne son incompatibles con la continuidad conceptual del lenguaje. La mañana, con su luz, inicia el espacio de lo cotidiano y pone la intimidad al descubierto: la fusión a la que aspira solo puede suceder en la oscuridad, donde el rito íntimo se codifica en el silencio, en la experiencia pasiva de la compañía.

III

Pero el camino del poemario es otro. Alexa va a crear concordancia / entre la palabra y la carne de la fruta, a adaptar el lenguaje a la carne y no la carne al lenguaje. Este horizonte lo abre una nueva ilusión, la posibilidad de un buen amor que, aunque aún lo relate con un optimismo inseguro, ya le permite la adaptación del lenguaje a un nuevo modelo no violento y comprometido en el que la vida se impone.
Para este proceso, recurre con mucha frecuencia a una metatextualidad aplicada. De la misma manera en que, si se va a operar un cuerpo, el cuerpo debe estar presente, si se va a operar el lenguaje, el lenguaje debe ser nombrado. El poema no alimenta, dice el alimento, dice el amor, pero no ama: para que el poema ame ha de transformarse en alimento; y, para que los cuerpos amen, el alimento debe ofrecerse cocinado.
El mal amor trató de hacer a su medida la estructura del discurso: la voz, de camino a su madre, empieza a ser consciente de que su dolor le pertenece, de que no va a servirle esperar una solución (la explicación del otro, una venganza cósmica) sino reapropiarse de su dolor y renombrarlo a partir de los modelos afectivos que le dan consuelo.

La vuelta al relato amoroso de su infancia le sirve de base para la proyección de un deseo nuevo. Esta vuelta es, principalmente, la madre, el paraíso perdido de los cuidados que Alexa resucita en los poemas. Escribe / está escribiendo cuando solo esta ella, porque comprende que, al final de todas las cosas, cuando el cuerpo duele y solo tiene ganas de llorar o de morirse, ningún discurso o poemario sirven de nada y uno quiere de nuevo a su madre dentro, como cuando uno estuvo dentro de su madre, para que le alimente, para que le cuide, para que le diga está bien, está bien, existes, te quiero, y eso es todo.
A medida que anochece, la voz a solas ha transformado el poema en alimento. A partir de este punto, los poemas laten, se cocinan: están listos para la declaración amorosa.
María Musgo

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