Reseña

Un 28 de enero de 2020, con emoción y temor, entrando a una nueva etapa de vida y despojándome del peso que dejaron algunos desamores, sentí el profundo deseo de compartir alegría. Me sentía más a gusto en mi propia piel, así que me animé y puse una invitación abierta en mi perfil de Facebook: “me he quedado pensando que a la vida le hace falta más poesía y más música. Sí que la hay y muy buena, pero hace falta compartirla más, digo yo. Así que se me ocurrió hacer Casa Abierta en mi casa los últimos viernes de cada mes, pues para eso exactamente”.
No sabía, como ninguno sabía, que dos meses después, mi casa no podría estar abierta, sino que quedaría herméticamente cerrada, como todas nuestras casas y conmigo y mis dos hijos dentro. Llegó el último viernes de marzo del 2020 y un grupillo de poetas un poco desconcertados nos encontramos por zoom, un grupito de extraños, para compartir poesía y para darnos un respiro del mundo en caos.

No deja de asombrarme como la vida es generosa a veces, siempre incomprensible, que nos permitió encontrarnos, que permitió coincidir a esta mamá soltera medio neurótica con: un ex alumno de hacía años, ahora colega profesor; una amiga de una comunidad de fe a la cual ya ninguna va; su amigo del barrio de toda la vida, que también se animó a invitar a su amiga poeta de Sarchí. Y así la literatura nos unió hasta con este joven poeta peruano, el más chiquillo del grupo, que nos tiene pensando en ahorrar para poder irle a visitar. En estas páginas hemos querido seguir siendo como somos: diferentes y felices de compartir espacios y palabras.

Culmina el año 2022 y no solo celebramos la poesía, sino la calidez de acompañarnos en un mundo que no tiene mucho sentido, pero al que le hacemos trazos de colores con nuestras palabras, o sentencias terroríficas, sin miedo a nuestras estrofas más oscuras. ¡Qué grupo irreverente! Pero es que, sin importar lo que pase, siempre habrá poesía. Esta espiral poética es un reclamo al sinsentido: ¡que continúe la poesía compartida!